El sol sale para todos. Yo quería bailar toda la noche. Sin preguntarme quién era, siendo demasiado tarde parar lo qué era. Tomando nota de la vida y dándome otra oportunidad, para no perder el tren y no acabar naufragiando en seco. Aprendiendo el arte de dialogar y beber a la vez, borracha pero no tumbada. Algun día me iba a morir, pero hasta entonces quería fuegos artificiales, aventuras mestizas y colegas escoceces. Iba camino de volver a aprender de nuevo cómo era eso de sentirse la arqueóloga de mi belleza interior. Soltar con ligereza mi gen dominante sobre invitados sorpresa.
Entre agua y arena me sentía prisionera de un presente limitado por el pasado y restringido por el futuro. Debí tener pintas de niña triste porque note alguna que otra mirada apenada –y fugaz–. Las lagrimas van y vienen, cosas de la vida. Todo va y viene, en oleadas, cómo el mar que tenía delante. Cada ola rompiendo contra la playa me parecía que se llevaba un pequeño pedazo de mi alma al volver mar adentro. En mi trance por superar la desmesurada tristeza que llevaba tiempo acosandome me halla en el punto de no retorno, venciéndome a mi misma para volver a sonreír con sinceridad. Tan solo me quedaba una última batalla.
Cuando me fue metiendo mano, empece a notar mi feminidad sexual resurgir. El flujo vaginal me humedecía por dento y hacía lo propio por fuera también. Llevaba los pantalones (vaqueros?) abiertos y ligeramente bajados, pero a pesar de ello, el asiento del copiloto de un coche nunca es cómodo del todo para estas cosas. Parecía de vuelta a la adolescencia, a las tantas de la noche, en un coche, con un chico y de esas formas. Estaba cachonda, pero la risa que me daba era fruto de aquellos pensamientos nostálgicos.
La última batalla que me quedaba por librar era contra mi sentimiento de culpabilidad por volver a sentirme bien, con ganas. No necesariamente con ganas de sexo, qué también, sino con ganas de emocionarme con cosas cositas triviales, cuando hace apenas un par de meses hasta lo más admirable me parecía sin justificación. Cargaba a mis hombros con una cruz hecha de cemento y estaba a punto de dinamitarla.
Me negaba volver a echar un primer polvo después de tanto tiempo y con otra persona distinta, en un coche. No sentía la particular necesidad de tener una noche especial, pero ni tan cutre. Dejarme llevar cómo para que me toquetée, me bese, me manosée me parecia bien para inaugurar las intenciones de una noche qué se insinuaba atractiva. Y ahí estaba yo, sobada y con cara de follón. Menos mal que él tuvo más galantería, y le pareció bien llevarme la mano y a dejarla caer sobre su pierna, dándome a entender lo que debía de hacer a continuación y ayudándome a salir de mi estancamiento. Le abrí los botones y le metí mano cómo buenamente pude, pero me encontré una polla contenta de conocerme a través del tacto y la sensación de volver a tener mi mano acariciando eso, la polla de un hombre, me puso más burra entre las piernas.
La buena vida es disfrutar de cada momento. La libertad de comerte un helado mientras se te olvidan las demás personas con sus cosas. De hablarle a una desconocida en el ascensor de la lasaña en tú tiempo libre. Ir a la playa nudista. Esas cosas. Lo malo? Cuando todo eso lo has hecho acompañada, por alguien que ha dejado toda su huella en tí. Acabar luego desprotegida, paradojicamente tomando la decisión más sabia para protegerte. Lo que yo viví y experimenté por amor lo más honesto y sencillo posible, para él no fue o no fui más que un minuto de gloria, pero un minuto muy bien vivido.
Creí que nunca más volvería a tener calambres por follar. Afortunadamente, estaba equivocada. Tumbada sobre el colchón, apenas veía nada, la única fuente de luz era una farola bien distinta cuya luz se colaba tímida por una ventana en la otra pared, al otro lado de la habitación. Teniéndole colocado entre mis piernas y listo para volver a hacerme mujer otra vez, me relajé tanto que apenas me di cuenta cuando me penetró. Si ese momento iba a tener algun tipo de emotividad, pues sepan que me perdí el momento por completo. Lo noté y la noté cuando ya lo tenía dentro, deslizándose hacia fuera, volviendo a entrar dentro. Notaba su calor, su dureza en cuanto al tamaño, su finura en cuanto al tacto. Y una ola de sensaciones placenteras que llevaba largo tiempo sin experimentar me volvía a asaltar con ganas.
Cuando amas a un ser, y ese ser te decepciona, te hiere, de traiciona, hasta el aire que respirabas junto a él te empieza a parecer contaminado. Puedes empezar a sentir cosas tan estúpidas como el deseo de hacerte un transplante de pulmones. Te sientes inmovilizada en un estado sentimental tan abatido que practicar yoga se te asemeja realizar un deporte de riesgo.
Sobre el mismo colchón, a cuatro patas. Notaba mis nalgas rebotar a cada penetración, con cada empuje entre mis piernas.Sumida casi en la oscuridad más absoluta, experimentaba el sexo con el sentido del tacto, del olfato y del oido elevados a niveles extremos. Ser follada de nuevo, y tan bien follada, me parecía una obra de arte. Follar es un antidepresivo eficaz. Mi ansiedad genera por volver a retomar mi vida sexual estaba por complemente aniquilada mientras mi entrepierna se hallaba sometida a constantes y placenteros bombeos.
Ni tocar un instrumento, ni pintar un cuadro ni cuidar de una planta. Ponerme a meditar para intentar relajarme me parecía más bien una tortura. Me sometía a mi misma a un continuo bombardeo de pensamientos e ideas que me provocaban amargua. Era plenamente consciente de ello, pero me resultaban del todo inveitables. Tenía la certeza que desaparecerían, el tiempo lo cura todo. La parte más complicada de llevar es el mientras tanto.
Comerte una polla no es la solución, pero puede ser de ayuda para superar determinadas preocupaciones previas. Abres la boca y cierras la mente, evitando que los obstáculos mentales que intentas dominar aflorezcan de forma nociva. Se la chupaba haciendo un esfuerzo mental continuo por prestar atención a su polla, evitando así caer en alguna distracción sobre las cosas que intentaba olvidar. Aplicaba todas las técnicas orales que conocía y también fui improvisando, aprovechando lo que tenía en la boca para practicar y entrenar mientras no recibiese reacción negativa por parte suya.
Las mujeres tenemos facilidad para dedicar toda nuestra atención plena sobre una única persona. Y aceptas que esa persona te corrija. Qué eliges ser dirigida y llevar mejor no perder la calma. Toleras rendirte a usar la imaginación, a ser interrumpida mientras escuchas o pausarte a ti misma.
Volver a sentir la cálida esperma sobre mis labios me hizo perder el miedo y abrí la boca, preocupándome de no echar a perder lo que restaba de su eyaculación. Tragarme ese fluido masculino, no lo hice por placer sino por necesidad. Mi anhelo por una vida mejor pasaba por romper mis lazos con mi vieja tragedia personal. Me sentía rescatada de mi misma al consumir el sabor de otro hombre, otro hombre distinto. Por fín, sonreía mientras en su mirada notaba gozo y agradecimiento. Ya no me tocaban las sobras de otra o de otras.
Unas medias rotas pueden ser un tesoro. Los beneficios de la solidaridad son más que evidentes cuando se funden ambos en un abrazo dónde el sudor cumple como pegamento. Del alma, de tú propia alma. Luego te envuelves en una toalla y al día siguiente vuelves a pedir sexo y semen para desayunar. No te arregla la vida, pero te la alegra.
P.D.: Fue mi primer acto sexual tras haberme divorciado, después de haber sido fiel a un marido infiel durante muchos años y sin haber mantenido relaciones sexuales previamente con otra persona que no fuera mi ex-marido.
Este excepcional relato es de Carmen y fue extraido de su blog https://cm77v.wordpress.com/2016/10/03/renacer/