Cada una de
nosotras tuvo distintos caminos para llegar a informarnos sobre el sexo y las
relaciones sexuales. La información que circula hoy día hace que 10, 20 años
atrás nos parezca época de dinosaurios. Sin embargo y como siempre, todo
dependió de qué padres tuviéramos al momento de sentir escozores extraños en
nuestros vientres ante la visión, el roce, el pensamiento de situaciones o de
imágenes que nos atraían sin tener muy en claro por qué. De todos modos,
aclaremos, hay sectores de la sociedad global que perviven en la imposición de
creencias que coartan libertades fundamentales en ofrenda de quién sabe cuáles
deidades.
Y, también como siempre, las destinatarias de los mayores
renunciamientos y sacrificios en tales comunidades somos las mujeres.
Incluyendo aquellas subculturas en las que se abduce el clítoris para que no
exista la menor posibilidad de goce personal femenino. Pero saltando estas
cuestiones de la ignorancia estructurada como creencia y convertida en
religión, uno de los clásicos en tanto anatema sexual fue –es- el sexo anal.
A la mayoría y de
niñas metiches, nos causaba algo así como un espanto agradable suponer que
“algo” podría entrar “ahí” (las prohibiciones correlativas del lenguaje: no
decir pito, culo). Pero y a la vez,
esa fantasía nos atraía sobremanera. Claro que sí: a la atracción inicial por
lo desconocido se sumaba y en gran proporción y peso, “lo prohibido” de esa
“deleznable práctica de degenerados”, como podría haber proferido con expresión
de morder limón, alguna tía soltera y muy mayor que, no obstante, en el
cajoncito de su mesa de luz guardaba un ampuloso y antiguo vibrador para
“masajes relajantes”.
Abramos las ventanas a la vida… *
Cuando encontramos
la estrofa que lleva la frase del subtítulo nos pareció perfecta para
significar lo que puede ser el sexo anal para cualquiera de nosotras que logre
desembarazarse del mandato paterno, del modelo materno o de la manda de la
creencia.
La mecánica es la
misma que para el sexo vaginal, obviamente. Nosotras somos “anfitrionas” de lo
que los señores portan entre sus piernas cuando están dispuestos a recorrer
canales acogedores.
Pero la metodología
es distinta porque se requiere de mayor relajación. Y ésta se logra con más
caricias y arrebatos previos que por la lectura de un manual de aplicación
práctica.
El esfínter –y aquí
no hay distinción de sexo- es muy sensible y que nos lo acaricien, besen y
laman nos produce un placer extremo sin necesidad de penetración alguna. (Del mismo modo entre mujeres no necesitamos
realmente penetración de un pene para gozar a mares)
Ahora que si las
caricias, besos y lamiditas constituyen el previo
a la consumación del sexo anal, la historia se modifica un poco.
Es que debemos no
sólo estar relajadas –o sea, excitadas a punto de hervor- sino y además, tener
lubricada esa entrada posterior que tanto llama a los varones como el canto de
las sirenas a Ulises.
Preparando el placer compartido
Desde ya no existe
posibilidad de vivir placenteramente una relación sexual si no hay acuerdo de partes. Si para nosotras algo
que él propone no va de ninguna manera ni bajo ningún aspecto, no irá en lo
absoluto. Esto incluye, desde ya, el sexo anal, claro que sí.
Pero si aceptamos probar
tendremos la precaución –además de estar relajadas por excitación- de
lubricar convenientemente tanto al señor que nos inaugurará ese camino cuando
al camino en sí y no solo la puerta de acceso. Esfinter y recto lubricados, a
esto voy para que no haya dudas.
Si el inaugurador
es nuestra pareja estable no
necesitaremos otra protección que la lubricidad. Pero si no lo es, entonces de ningún modo ni bajo ningún concepto
aceptemos esa penetración a piel.
La mucosa rectal –y esto también es universal, para ambos
sexos- es extremadamente absorbente. Pensemos en algo
práctico: si alguien no puede ingerir medicamentos vía oral y no se quiere o no
existe la posibilidad intramuscular, se decide darlo por enema. Entonces, el
medicamento ingresa en el organismo lo más campante. Del mismo modo las ETS y el VIH ingresarán por la inundación súbita de
semen. Entonces, siempre, pero
siempre y siempre usar protección. Sea que él se ponga preservativo, sea
que nosotras usemos condón femenino. Pero jamás
de los jamases permitir que nos penetren sin protección.
Las poses
Cada una sabrá cuál
será la que les brinde más placer. Pero bien sabemos que un hombre muy dotado
es peligroso vaginalmente pero no analmente. Y que en éste último caso, la
sensación de poder que les otorgamos poniéndonos a cuatro es insuperable para ellos.
Montarlos de frente
será una experiencia maravillosa que quedará a nuestro arbitrio, es decir,
manejamos como queremos. Distinto es si les damos la espalda porque estaremos
más incómodas y ni qué decir si estamos en el borde de la cama o de un sofá o
donde sea, con nuestras piernas y las de él, en plano inclinado. Puede ser muy
pero muy incómodo.
Finalmente, sabrán
por experiencia que en la poses del misionero
la penetración vaginal es muy profunda. Más aún si nos levanta las caderas y
ponemos nuestras piernas sobre sus hombros o nos las sostiene abiertas y en el
aire. Analmente la cuestión es similar, así que cada una sabrá con qué buey está arando.
Pero todas son
posibles de actuar porque en nada difiere con el coito vaginal salvo, claro
está, en el canal elegido.
Una recomendación personal
Cuando sabemos que
mantendremos relaciones sexuales en las próximas horas, sea con nuestra pareja
o con quién sabe, lo mejor es esperarlo o salir preparadas. ¿Cómo? Más allá de
la higiene normal y habitual en el
caso del sexo anal no viene mal hacernos obligarnos
a defecar y luego, hacernos una serie de enemitas cortas que servirán para
limpiar el canal sin por ello destruir la flora intestinal. Valdría, también,
introducirnos un poquitín de aceite neutro para lubricar la zona. Ponernos una
toallita si la salida es inminente o usarla hasta el momento de vestirnos para
la llegada o la salida.
C’est fini
De todos modos,
cada una de nosotras hará lo que le venga la real gana. Sin distinción. No nos
obligaremos a hacer esto o aquello porque él nos lo pida o quiera. Hay muchas
formas de adecuarnos a “el Otro” sin necesidad de resignar completamente
nuestra propia libertad decisoria. Si bien es de a puño que adaptarnos a “el
Otro” significa resignar algo de lo nuestro como la otra parte lo hará. Pero
nunca en un solo sentido, ni de nosotras hacia él ni viceversa.
Las relaciones son interpares y no existe ningún motivo
valorable ni racional que indique, sugiera, demuestre o defina a la
preeminencia de uno sobre otro. ¿En los juegos de poder? Ah, pero es un juego…
no la vida real.
Gracias por
visitarnos.
Que estén bien.
“L’Equip”
* Nos sonó a conocida esta frase armada. Confesamos
haber buscado en Google y encontramos una larga lista de “Abramos las ventanas…”.
De todas ellas nos quedamos con la más cercana a la intención, que es la letra
de una canción que cantaba Estala Raval.
Abramos las ventanas
a la vida,
que es primavera...
Verás que siempre habrá quien bien te quiera
y tuya así será la primavera...
El tiempo de las rosas se aproxima
es primavera,
¡¡es el amor!!
que es primavera...
Verás que siempre habrá quien bien te quiera
y tuya así será la primavera...
El tiempo de las rosas se aproxima
es primavera,
¡¡es el amor!!
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