jueves, 3 de noviembre de 2016

De cómo una revista alemana del ayer termina en el BDSM Rosario del hoy.

De cómo una revista alemana del ayer termina en el BDSM Rosario del hoy.
Es curioso cómo nos acostumbramos a los cambios en nuestra vida cotidiana. Hoy en día nos sentimos desnudos si olvidamos nuestro celular en casa, pero hace no mucho tiempo, esos aparatos (que no tenían whatsapp ni Instagram) eran mucho menos comunes y no tan accesibles. Y había que arreglarse sin ellos, buscar un teléfono público o un locutorio para avisarle algo a alguien.
Aunque no lo crean, antes de los smartphones y de la existencia de Internet ¡había vida! A lo mejor con algunas incomodidades más que ahora, pero existían las relaciones personales, los mensajes y existía sin dudas el BDSM.
Vivo en una ciudad de Argentina, no la más grande y tal vez en ciertos aspectos muy conservadora. Tengo 50 años al día de hoy, por lo que mi adolescencia transcurrió íntegra bajo una dictadura militar de ultraderecha, con amplio apoyo de la Iglesia Católica que vigilaba no sólo el pensamiento sino también guardaba la moral de los ciudadanos sin distinción de credo.
Pero así como la física nos enseña que a toda acción corresponde una reacción de igual magnitud en sentido contrario, a la asfixiante censura de la época la contrarrestábamos con el intercambio de revistas eróticas entre amigos, o en mi caso robadas a un hermano mayor con una colección importante. En una de ellas, alemana, vi por primera vez fotografías del film “La Historia de O”, que rápidamente se convirtieron en mi material gráfico masturbatorio predilecto.
Ver en un cine esa película era sólo una expresión de deseos. Imaginen que las tijeras de turno habían censurado el desnudo frontal de un cadáver femenino en “El Resplandor” de Kubrick. Un manchón verde cubría el lugar donde se apreciaba el sexo. No me imagino nada menos erótico que ese desnudo, pero para los “calificadores” no había medias tintas.


Quedaba un cine en Rosario, el “Capitol”, sólo para mayores de 18 años (la gracia era entrar igual haciendo trampa) donde en un doble programa se podían ver películas inocentemente eróticas con títulos como “Las esclavas sexuales de los nazis” (el título original probablemente no tenía nada que ver) donde a lo sumo se podían llegar a ver dos o cuatro tetas en toda la proyección. Y un culo, con suerte. Actualmente la sala es un templo evangelista, lo cual es todo un signo de los tiempos.

En una de esos programas proyectaron la francesa “Verano Caliente”, con una hermosísima Isabelle Adjani, donde se veía algo de D/s (una genial situación de dominación pública que con los años llevé a la realidad) y poco más.
Con la llegada de la democracia llegaron para mi la mayoría de edad y el VHS, dos cosas fundamentales para adentrarme de lleno en el tema del BDSM que me desvelaba hasta ese momento. Con el fin de la censura empezaron a llegar publicaciones españolas especializadas en el tema con relatos, fotos, historietas, glosarios; y ediciones norteamericanas con videocassettes (del sello HOM, algo vintage inclusive en ese momento) que sólo se conseguían en dos kioscos de revistas en toda la ciudad. A uno, el de la terminal de ómnibus, iba pasadas las 12 de la noche, cuando no quedaba gente por la calle, para entrar con confianza y elegir tranquilo.
Después estaba el asunto de convencer a mis eventuales novias de llevar a la práctica lo que había aprendido. No tuve éxito con todas, es cierto, pero algún sexto sentido funcionaba para encontrar aquellas que me confesaban que sentían deseos de ser tratadas con rudeza, que les tirara del pelo o cosas así. Yo entonces proponía atarlas y…bueh. Ya lo dije, tuve suficiente suerte.
Sex shops no había. Los elementos para jugar los tuve mucho más tarde y mis primeros chiches fueron caseros. Un collar de perro grande comprado en una veterx1inaria, otros más chicos para atar las muñecas, un cinto, etc.

Finalmente para el año 86 u 87 se estrenó sólo en Buenos Aires “La Historia de O”. Viajé especialmente para verla y hasta pude agenciarme una copia en video en un local de Retiro.
Por aquí no existían los Clubes BDSM. La llegada de Internet (adivinen qué fue la primera cosa que busqué cuando tuve conexión) posibilitó que accediéramos a más material, los canales de chat del IRC se multiplicaron y encontré rápidamente uno de BDSM Argentina. Meses más tarde llegó el MSN Messenger, con el cual abrí mi primera cuenta con una identidad para conocer gente afín (“Amo Rosarino”, no fui muy original) y consolidé mi primer relación totalmente D/s con una amiga que descubrí en una faceta sumisa. Esa relación duró varios años, ya avanzábamos en prácticas más “hard” como pinzas, azotes, humillación pública y algunas cosas más; y mientras transcurría encontré el modo de comunicarme con gente de la ciudad interesada en el tema como yo.
Después de mucha charla alguien propuso juntarnos en un bar. Fue en un lugar céntrico, pocos se conocían entre si y yo no había cruzado a ninguno, así que fui sólo y venciendo temores me presenté en la mesa que parecía tener a los anfitriones sentados. Y así comenzó (para mí) la comunidad BDSM rosarina."

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