Creo que
el 99%, en algún momento de nuestro ejercicio chateril, lo hemos practicado.
Sin, por ello, haber descartado el sexo en el mundo real y tangible, de olores,
sensaciones y sonidos. Como todo, según lo veo, es una alternativa. Muy válida también,
porque permite un acercamiento virtual imposible de lograr por otros medios y,
así, mantiene una relación vigente y viva. Claro que con todo lo que la tecnología aportó a los contactos
virtuales, prácticamente podemos representarnos e ingresar a la pantalla, a la
casa que queramos, con la decoración que se nos ocurra y también, con el hombre
(o la mujer) con quien nos interese interactuar. Ni hablar del
"traje" para chatear que reproduce sensaciones a distancia.
De todos
modos y a esta altura de mi experiencia chatera, obvio que prefiero lo real y
tangible a lo virtual y electrónico.
Por eso
cuando chateo por ahí, evado a los de países lejanos -incluso trasandinos
aunque no uruguayos- porque pudiendo acceder a lo real, no me va, me parece
patético derivarse al cibersex.
Hay
casos, no obstante (por ahí leí una duda sobre el particular) que
necesariamente confluyen en el cibersexo por razones sociales insalvables
(desde lo establecido y desde la propia prevención). Casos de colegas de sexo
casadas que no se animan a una escapada furtiva a un hotel lejano, por ejemplo,
y satisfacen su necesidad de romper la jaula "de oro" con alguien
desconocido. Tal vez por aquella tonadilla de "señora de su señor, mujer
por un vividor".
Retomando:
cada cual tendrá su opinión sobre el cibersex y está bien que así sea. Pero
nadie, ni unos ni otros, tenemos el más mínimo derecho de calificar, de juzgar
lo que "el Otro" haga o deje de hacer, siempre que con ello no
interfiera en nuestro propio derecho de ejercer la libertad como nos plazca
(que incluye la limitación de la libertad del Otro).
Felices
masturbaciones y, en algunos casos, por la propia morbosidad de que nos vean,
alguna vez "actuemos" ante la camarita...
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