sábado, 7 de mayo de 2016

El cibersex

Creo que el 99%, en algún momento de nuestro ejercicio chateril, lo hemos practicado. Sin, por ello, haber descartado el sexo en el mundo real y tangible, de olores, sensaciones y sonidos. Como todo, según lo veo, es una alternativa. Muy válida también, porque permite un acercamiento virtual imposible de lograr por otros medios y, así, mantiene una relación vigente y viva. Claro que con todo  lo que la tecnología aportó a los contactos virtuales, prácticamente podemos representarnos e ingresar a la pantalla, a la casa que queramos, con la decoración que se nos ocurra y también, con el hombre (o la mujer) con quien nos interese interactuar. Ni hablar del "traje" para chatear que reproduce sensaciones a distancia.

De todos modos y a esta altura de mi experiencia chatera, obvio que prefiero lo real y tangible a lo virtual y electrónico.

Por eso cuando chateo por ahí, evado a los de países lejanos -incluso trasandinos aunque no uruguayos- porque pudiendo acceder a lo real, no me va, me parece patético derivarse al cibersex.

Hay casos, no obstante (por ahí leí una duda sobre el particular) que necesariamente confluyen en el cibersexo por razones sociales insalvables (desde lo establecido y desde la propia prevención). Casos de colegas de sexo casadas que no se animan a una escapada furtiva a un hotel lejano, por ejemplo, y satisfacen su necesidad de romper la jaula "de oro" con alguien desconocido. Tal vez por aquella tonadilla de "señora de su señor, mujer por un vividor".

Retomando: cada cual tendrá su opinión sobre el cibersex y está bien que así sea. Pero nadie, ni unos ni otros, tenemos el más mínimo derecho de calificar, de juzgar lo que "el Otro" haga o deje de hacer, siempre que con ello no interfiera en nuestro propio derecho de ejercer la libertad como nos plazca (que incluye la limitación de la libertad del Otro).


Felices masturbaciones y, en algunos casos, por la propia morbosidad de que nos vean, alguna vez "actuemos" ante la camarita...

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