martes, 23 de octubre de 2018

AMOR Y SEXO EXISTEN, A PESAR DE LOS REPRESORES




Vamos a darnos indiscriminadamente a todo lo que sugieren nuestras pasiones, y siempre seremos felices... La conciencia no es la voz de la naturaleza, sino sólo la voz de los prejuicios. "Juliette o las prosperidades del vicio" (1801)

En no pocas oportunidades, al leer los textos de colegas bedesmeseros, me parece descubrir una especie de peso moral, como si explicaran la culpa desde otro lugar pero que también los involucra y define. ¿Será que las normas morales que la sociedad decide son más fuertes y penetrantes en la psique del sujeto que aquellas mandas de sus múltiples –y por aquellas, inconfesables- deseos?

No es necesario amar para gozar. Caer en la trampa del binomio sólo existente en la mente de curas y represores –señores feudales, reyes, presidentes, etcétera- es aportar al caudal que, por pertenencia a un grupo que es justamente lo contrario, persigue y sanciona esa libertad de elección-acción.

Desde que comenzó a disolverse la ficciosa solidez de la verdad absoluta, también se deshicieron conceptos sociales que servían al manejo de los súbditos. Entre estos –por tratarse de un aspecto fundamental y representativo de la libertad individual- el sexo y sus manifestaciones ocupó si no el primero, uno de los más destacados lugares en el listado de antropólogos sociales encargados de diseñar los contenidos del género.

Amor y sexo no existen como binomio inseparable. Esa síntesis de un relato mentiroso persiguió a los integrantes de innumerables generaciones quienes, seguramente, también se plantearon la cuestión: ¿Puedo garchar sin amar a quien garcho o me garcha? Si lo que el señor cura me dice, mi madre confirma y el maestro en la escuela ratifica fuera totalmente cierto ¿Por qué siento un profundo placer cuando garcho? Sencillamente porque el binomio amor-sexo no existe como tal.
En cuanto a gozar, no me preocuparía yo de establecer si esto es parafilia, perversión, imposible neurótico o escalón psicótico. La pregunta que siempre les propongo para hacerse a sí mismos cuando los asaltan los tentáculos de la subordinación y valor es: ¿Gozaste? ¿Le hiciste mal a alguien? Si la respuesta es Sí y No sucesivamente, entonces magnífico. Nada más que decir, hablar, cranear o pensar.

Se puede gozar, y mucho, cuando nos aproximamos a la posibilidad cierta de recibir (o de dar) lo que late en nuestros vientres e inunda nuestra mente. Tener la invalorable opción de acceder a una relación sadomasoquista que nos complete durante su vigencia, es algo que no deberíamos desperdiciar tratando de indagar sobre los orígenes de la pulsión y las consecuencias del aleteo de la mariposa. Chorradas que sólo dan paso –como apunté- a la culpa encubierta del neurótico que no se cree haber gozado tanto siendo algo que está fuera de los cánones morales de la sociedad.
Sociedad hipócrita, cánones morales diseñados a medida de la sincronicidad, formas de dominación aceptadas blandamente por los dominados como si fueran, esas formas, los frutos maduros de la abundancia principista.

Nada. La libertad no depende de nadie más que de quien la posee y ejerce. Que alguien pretenda ponerle condicionantes es un abuso y una opresión dictatorial. Los únicos límites que acepta nuestra libertad es la libertad de el Otro. De modo que renunciamos a parte de nuestra libertad para que el Otro ejerza la suya y así sucesivamente, en la cadena social de la libertad. No es coartarla sino solidarizarla.

Entonces, propongo que gocemos, gocen sin plantearse nada más que el momento, el invitado al banquete y los jugosos resultados de tal notable ingesta…

Soledad FAB.

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