sábado, 8 de febrero de 2014

La obsesión de los hombres y la fantasía del sometimiento



Cada una de nosotras tuvo distintos caminos para llegar a informarnos sobre el sexo y las relaciones sexuales. La información que circula hoy día hace que 10, 20 años atrás nos parezca época de dinosaurios. Sin embargo y como siempre, todo dependió de qué padres tuviéramos al momento de sentir escozores extraños en nuestros vientres ante la visión, el roce, el pensamiento de situaciones o de imágenes que nos atraían sin tener muy en claro por qué. De todos modos, aclaremos, hay sectores de la sociedad global que perviven en la imposición de creencias que coartan libertades fundamentales en ofrenda de quién sabe cuáles deidades. 
Y, también como siempre, las destinatarias de los mayores renunciamientos y sacrificios en tales comunidades somos las mujeres. Incluyendo aquellas subculturas en las que se abduce el clítoris para que no exista la menor posibilidad de goce personal femenino. Pero saltando estas cuestiones de la ignorancia estructurada como creencia y convertida en religión, uno de los clásicos en tanto anatema sexual fue –es- el sexo anal.
A la mayoría y de niñas metiches, nos causaba algo así como un espanto agradable suponer que “algo” podría entrar “ahí” (las prohibiciones correlativas del lenguaje: no decir pito, culo). Pero y a la vez, esa fantasía nos atraía sobremanera. Claro que sí: a la atracción inicial por lo desconocido se sumaba y en gran proporción y peso, “lo prohibido” de esa “deleznable práctica de degenerados”, como podría haber proferido con expresión de morder limón, alguna tía soltera y muy mayor que, no obstante, en el cajoncito de su mesa de luz guardaba un ampuloso y antiguo vibrador para “masajes relajantes”.
Abramos las ventanas a la vida… *
Cuando encontramos la estrofa que lleva la frase del subtítulo nos pareció perfecta para significar lo que puede ser el sexo anal para cualquiera de nosotras que logre desembarazarse del mandato paterno, del modelo materno o de la manda de la creencia.
La mecánica es la misma que para el sexo vaginal, obviamente. Nosotras somos “anfitrionas” de lo que los señores portan entre sus piernas cuando están dispuestos a recorrer canales acogedores.
Pero la metodología es distinta porque se requiere de mayor relajación. Y ésta se logra con más caricias y arrebatos previos que por la lectura de un manual de aplicación práctica.
El esfínter –y aquí no hay distinción de sexo- es muy sensible y que nos lo acaricien, besen y laman nos produce un placer extremo sin necesidad de penetración alguna. (Del mismo modo entre mujeres no necesitamos realmente penetración de un pene para gozar a mares)
Ahora que si las caricias, besos y lamiditas constituyen el previo a la consumación del sexo anal, la historia se modifica un poco.
Es que debemos no sólo estar relajadas –o sea, excitadas a punto de hervor- sino y además, tener lubricada esa entrada posterior que tanto llama a los varones como el canto de las sirenas a Ulises.
Preparando el placer compartido
Desde ya no existe posibilidad de vivir placenteramente una relación sexual si no hay acuerdo de partes. Si para nosotras algo que él propone no va de ninguna manera ni bajo ningún aspecto, no irá en lo absoluto. Esto incluye, desde ya, el sexo anal, claro que sí.
Pero si aceptamos probar  tendremos la precaución –además de estar relajadas por excitación- de lubricar convenientemente tanto al señor que nos inaugurará ese camino cuando al camino en sí y no solo la puerta de acceso. Esfinter y recto lubricados, a esto voy para que no haya dudas.
Si el inaugurador es nuestra pareja estable no necesitaremos otra protección que la lubricidad. Pero si no lo es, entonces de ningún modo ni bajo ningún concepto aceptemos esa penetración a piel.
La mucosa rectal  –y esto también es universal, para ambos sexos- es extremadamente absorbente. Pensemos en algo práctico: si alguien no puede ingerir medicamentos vía oral y no se quiere o no existe la posibilidad intramuscular, se decide darlo por enema. Entonces, el medicamento ingresa en el organismo lo más campante. Del mismo modo las ETS y el VIH ingresarán por la inundación súbita de semen. Entonces, siempre, pero siempre y siempre usar protección. Sea que él se ponga preservativo, sea que nosotras usemos condón femenino. Pero jamás de los jamases permitir que nos penetren sin protección.
Las poses
Cada una sabrá cuál será la que les brinde más placer. Pero bien sabemos que un hombre muy dotado es peligroso vaginalmente pero no analmente. Y que en éste último caso, la sensación de poder que les otorgamos poniéndonos a cuatro es insuperable para ellos.
Montarlos de frente será una experiencia maravillosa que quedará a nuestro arbitrio, es decir, manejamos como queremos. Distinto es si les damos la espalda porque estaremos más incómodas y ni qué decir si estamos en el borde de la cama o de un sofá o donde sea, con nuestras piernas y las de él, en plano inclinado. Puede ser muy pero muy incómodo.
Finalmente, sabrán por experiencia que en la poses del misionero la penetración vaginal es muy profunda. Más aún si nos levanta las caderas y ponemos nuestras piernas sobre sus hombros o nos las sostiene abiertas y en el aire. Analmente la cuestión es similar, así que cada una sabrá con qué buey está arando.
Pero todas son posibles de actuar porque en nada difiere con el coito vaginal salvo, claro está, en el canal elegido.
Una recomendación personal
Cuando sabemos que mantendremos relaciones sexuales en las próximas horas, sea con nuestra pareja o con quién sabe, lo mejor es esperarlo o salir preparadas. ¿Cómo? Más allá de la higiene normal y habitual en el caso del sexo anal no viene mal hacernos obligarnos a defecar y luego, hacernos una serie de enemitas cortas que servirán para limpiar el canal sin por ello destruir la flora intestinal. Valdría, también, introducirnos un poquitín de aceite neutro para lubricar la zona. Ponernos una toallita si la salida es inminente o usarla hasta el momento de vestirnos para la llegada o la salida.
C’est fini
De todos modos, cada una de nosotras hará lo que le venga la real gana. Sin distinción. No nos obligaremos a hacer esto o aquello porque él nos lo pida o quiera. Hay muchas formas de adecuarnos a “el Otro” sin necesidad de resignar completamente nuestra propia libertad decisoria. Si bien es de a puño que adaptarnos a “el Otro” significa resignar algo de lo nuestro como la otra parte lo hará. Pero nunca en un solo sentido, ni de nosotras hacia él ni viceversa.
Las relaciones son interpares y no existe ningún motivo valorable ni racional que indique, sugiera, demuestre o defina a la preeminencia de uno sobre otro. ¿En los juegos de poder? Ah, pero es un juego… no la vida real.
Gracias por visitarnos.
Que estén bien.

“L’Equip”

* Nos sonó a conocida esta frase armada. Confesamos haber buscado en Google y encontramos una larga lista de “Abramos las ventanas…”. De todas ellas nos quedamos con la más cercana a la intención, que es la letra de una canción que cantaba Estala Raval.

Abramos las ventanas a la vida,
que es primavera...
Verás que siempre habrá quien bien te quiera
y tuya así será la primavera...
El tiempo de las rosas se aproxima
es primavera,
¡¡es el amor!!

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